jueves, 17 de noviembre de 2011

Biar



Aunque comparte con Villena la prehistoria del valle, en el reparto de los reinos, los límites fronterizos lo ubicaron en el lado opuesto, perteneciendo a Aragón mientras Villena quedo en  Castilla, según el tratado de Almizra.




Situado en un anfiteatro formado por montañas suaves que la rodean y protegen, nos encontramos con un apacible pueblo, al abrigo de un imponente castillo. Un paseo por sus calles, plazas, múltiples puertas, caserones y solitarios rincones nos colman de paz, los recorremos buscando entre los decorados de la historia, un pasado que nos turba, que resiste a ser olvidado.



Accedemos al Castillo, prototipo de tiempos algo más alborotados, ahora alimentado de silencios que entierran su agitado pasado, nos sorprende el municipio, exigiendo gabela por la visita, que nos resulta aséptica, fría y condimentada con tecnología en un fracasado intento futurista fuera de lugar.










Ascendemos por los diferentes pisos acompañados y distraídos por una fría voz en off, cuyo compás, apresurado a veces,  lento o ausente en otras, difiriendo con mucho del ritmo o la falta del mismo que requiere el sentir,  lo que nos impide admirar y disfrutar de estos lares.



Por fin salimos del frío pasadizo del tiempo, conquistamos las almenas de la torre del homenaje y como ave de presa en su atalaya avistamos, la vega del Vinalopó, la cañada, el puente romano, los montes que nos rodean, de nuevo retornan las sensaciones, de nuevo gozamos de la capacidad de sorprendernos.







Buscamos la iglesia de la Asunción, templo de gótico tardío, que solo podemos apreciar desde el exterior, destaca la barroca torre del campanario, una recoleta plaza nos permite admirarla con perspectiva y despedirnos del templo.



 
Finalizamos este recorrido en Pozo de las nieves, construcción compuesta por un pozo recubierto de una bóveda de fábrica, se utilizaba en el pasado para acumular y conservar nieve, disponer de la misma durante el verano.