Aunque comparte con Villena la prehistoria del valle, en el reparto de los
reinos, los límites fronterizos lo ubicaron en el lado opuesto, perteneciendo a
Aragón mientras Villena quedo en Castilla, según el tratado de Almizra.
Situado en un anfiteatro formado por montañas suaves que la rodean y
protegen, nos encontramos con un apacible pueblo, al abrigo de un imponente
castillo. Un paseo por sus calles, plazas, múltiples puertas, caserones y
solitarios rincones nos colman de paz, los recorremos buscando entre los
decorados de la historia, un pasado que nos turba, que resiste a ser olvidado.
Accedemos al Castillo, prototipo de tiempos algo más alborotados, ahora
alimentado de silencios que entierran su agitado pasado, nos sorprende el municipio,
exigiendo gabela por la visita, que nos resulta aséptica, fría y condimentada con
tecnología en un fracasado intento futurista fuera de lugar.
Ascendemos por los diferentes pisos acompañados y distraídos por una fría
voz en off, cuyo compás, apresurado a veces, lento o ausente en otras, difiriendo con mucho
del ritmo o la falta del mismo que requiere el sentir, lo que nos impide admirar y disfrutar de estos
lares.
Por fin salimos del frío pasadizo del tiempo, conquistamos las almenas
de la torre del homenaje y como ave de presa en su atalaya avistamos, la vega
del Vinalopó, la cañada, el puente romano, los montes que nos rodean, de nuevo
retornan las sensaciones, de nuevo gozamos de la capacidad de sorprendernos.
Buscamos la iglesia de la Asunción, templo de gótico tardío, que solo
podemos apreciar desde el exterior, destaca la barroca torre del campanario,
una recoleta plaza nos permite admirarla con perspectiva y despedirnos del
templo.
Finalizamos este recorrido en Pozo de las nieves, construcción compuesta
por un pozo recubierto de una bóveda de fábrica, se utilizaba en el pasado para
acumular y conservar nieve, disponer de la misma durante el verano.